Este 21 de abril nos dejó Miguel Ángel Troitiño. Como otros tantos miles de personas, falleció a causa del Covid19. Tenía 72 años, solo le faltaban unos meses para jubilarse definitivamente como Catedrático emérito de Geografía Humana en la Universidad Complutense de Madrid, donde había desarrollado toda su carrera docente e investigadora.
Miguel Ángel nació en El Arenal, uno de los pueblos de la vertiente sur de la Sierra de Gredos. Desde su tierra de Ávila emigra a Madrid para estudiar en la antigua Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, donde se licencia en 1972. Años después defiende su tesis doctoral sobre Cuenca (1979), dirigida por Manuel de Terán. Son los momentos de constitución del Departamento de Geografía Humana. Estos años siempre estuvieron presentes en su memoria, una memoria compartida por muchos de sus amigos y compañeros de universidad. En 1984 obtiene la plaza de Profesor Titular y en 1991 la de Catedrático. En 1999 conforma el Grupo de investigación “Turismo, Patrimonio y Desarrollo” del que fue director desde sus inicios. Entre 2001 y 2004 desempeña las funciones de coordinador de la diplomatura de Turismo del CES Felipe II y entre 2001 y 2009 ejerce la dirección del Departamento de Geografía Humana.
Desde muy temprano son dos los intereses que guiaron su vida profesional: los estudios urbanos y la geografía aplicada. El estudio de la ciudad fue el argumento central de su tesis doctoral. Junto con otros miembros de su generación y discípulos de Terán, abordó una aproximación evolutiva a los espacios urbanos de nuestro país. Pero no se trataba de una historia urbana, sino del uso de la historia para conocer y comprender la ciudad contemporánea y los problemas y retos a los que ésta se enfrenta en un mundo cambiante. Esta aproximación determinó un especial interés por los cascos históricos de nuestras ciudades, que fue en buena medida el ámbito central de su reflexión en materia de geografía urbana. La tensión entre los tejidos heredados y las funciones contemporáneas se expresa en la contraposición entre cascos antiguos y centros históricos, términos que utilizó para defender su proyecto de cátedra y dio título a una de sus obras más importantes: Cascos Antiguos y Centros Históricos: Problemas, Políticas y Dinámicas Urbanas. El libro fue publicado en 1992 por el Ministerio de Obras Públicas y Transportes, la misma entidad que había publicado años antes su tesis doctoral (1984) y le había concedió el Premio Nacional de Urbanismo en 1981. El compromiso con la ciudad se refleja también en su vinculación con el Grupo de Trabajo de Geografía Urbana de la AGE de cuya primera junta directiva formó parte (1993-1997) y desde la que impulsó el primer coloquio del Grupo en Cuenca (1994). En el marco de estas preocupaciones por los temas urbanos se sitúa la dirección de las tesis de Luis Felipe Cabrales sobre los Altos de Jalisco (1996), Jorge Luis González sobre Ibagué (2005), Abdelkader Nakhli sobre la medina de Assilah (2008) y, más recientemente, Eloy Solís sobre la región urbana madrileña (2011).
Pero Miguel Ángel siempre defendió que la buena geografía era una geografía aplicada, comprometida en la resolución de los problemas territoriales de nuestro tiempo. De hecho, durante mucho tiempo compatibilizó su investigación sobre temas urbanos con su participación en trabajos de planeamiento urbanístico, en especial de planes especiales que afectaban a centros históricos. Entre otros, colaboró en planes de ciudades como León, Zamora o Cuenca. De Cuenca fue así mismo responsable del expediente que permitió su inclusión en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1996. A partir de aquí empezó una fecunda colaboración con ICOMOS España, la OCPM, el Instituto del Patrimonio Cultural de España, la Fundación Getty, el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico y otras muchas entidades vinculadas a la gestión y protección el patrimonio cultural urbano.
Muchas generaciones de los geógrafos que nos hemos formado en las aulas de la Universidad Complutense recordamos con especial afecto sus clases de geografía aplicada, donde tomamos por primera vez contacto con cuestiones relacionadas con el planeamiento urbanístico, la ordenación del territorio, la regeneración urbana, la ordenación de espacios protegidos, las políticas sobre áreas de montaña, el desarrollo local y, los más jóvenes, la ordenación de paisajes. El rigor y densidad de sus clases y trabajos prácticos eran reflejo de una cultura del esfuerzo que siempre ejemplificó y propició. Contenidos y formas de trabajo abrieron la puerta a muchos de sus alumnos para incorporarse a la práctica profesional de la geografía. Esta posición, fruto de un convencimiento íntimo de la utilidad social de una disciplina que no ha de quedarse confinada en las aulas, fue defendida en cada reforma del plan de estudios, muchas veces hasta la extenuación. Gracias a sus esfuerzos, y a los de otros colegas en sintonía, las nuevas generaciones de geógrafos cuentan con una formación a nivel de grado y postgrado más orientada a la práctica profesional.
Pero si Miguel Ángel fue vehemente con sus posiciones dentro de la disciplina, también lo fue en la defensa del papel de la geografía dentro de las ciencias que intervienen en el territorio. La opción por una geografía aplicada avala su activa presencia en la Asociación Interprofesional de Ordenación del Territorio – FUNDICOT, con destacada participación durante muchos años en el Curso de Postgrado de Ordenación del Territorio y en sus grandes congresos. Esta opción también se manifiesta su colaboración en proyectos de ordenación y desarrollo en territorios de montaña y otras áreas desfavorecidas, así como en la dirección de tesis en estas materias (entre otras, la de Luis Esteban defendida en 1993 y la de Dionisio Díez en 2003). En este aspecto destaca especialmente el elevado reconocimiento a su papel por parte de colegas de disciplinas afines embarcados en la ardua tarea de la intervención activa sobre los territorios. Entre ellos tuvo en ocasiones mayor predicamento incluso que dentro de nuestra disciplina.
Su interés por el estudio o por el análisis del turismo fue más tardío, si bien se asienta en esa doble preocupación por la ciudad y la dimensión aplicada de la geografía. De hecho, de sus trabajos sobre los centros históricos españoles deriva su primera aproximación al tema. Pronto se percató de la importancia de la función turística como vector de cambio de estos centros, una importancia que no estaba siendo reconocida a nivel de investigación ni era un tema relevante dentro de las agendas políticas locales. Frente a posiciones simplistas y doctrinas, de uno u otro tipo, siempre defendió la necesidad de integrar el turismo en los espacios urbanos, maximizando sus beneficios y limitando sus efectos negativos. Ello implicaba una gestión
activa donde la función turística estuviera supedita al objetivo más general del bienestar urbano y, en el caso de los centros históricos, a la salvaguarda de sus valores como bienes de un patrimonio vivo. Son los años de creación del Grupo de Investigación “Turismo, Patrimonio y Desarrollo”, en el que se apoyó para el desarrollo de un buen número de proyectos de I+D de distintas convocatorias.
No obstante y también en este tema siempre tuvo Miguel Ángel un mayor cariño por los trabajos de investigación aplicada, que consideraba el mejor mecanismo para que el geógrafo atendiera a las demandas reales de la sociedad y aportara su saber hacer para la resolución de problemas concretos. Ello supuso trabajar directamente con entidades de distintas escalas de gobierno. Para la Administración Central, con los Ministerios de Fomento, Cultura o Turismo, en sus distintas advocaciones. Para las comunidades autónomas, con los gobiernos de Andalucía y la Comunidad de Madrid. Para las entidades locales, con los ayuntamientos de Aranjuez, Ávila, Cuenca, Lorca, Salamanca y Toledo, entre otros. El trabajo en las grandes ciudades Patrimonio de la Humanidad fue una constante; de hecho, ejerció como director de su Observatorio Turístico durante buena parte de su funcionamiento. A otro nivel, abordó los temas de capacidad de carga turística y gestión del flujo de visitantes en hitos patrimoniales tan relevantes como la Alhambra de Granada, el Real Alcázar de Sevilla, la catedral de Santiago de Compostela o la colegiata de San Isidoro de León.
Para abordar un trabajo de semejante magnitud supo rodearse de un conjunto amplio de compañeros y discípulos a los que transmitió su forma de afrontar los retos de investigación. Lola Brandis e Isabel del Río lo acompañaron en el departamento desde siempre y se integraron también desde el primer momento en el grupo de investigación. En el seno de este grupo y bajo el liderazgo y dirección de Miguel Ángel, muchas veces aprendiendo del contacto directo en el desarrollo de los proyectos, elaboramos los firmantes de este texto nuestras tesis doctorales (Manuel de la Calle, 2000; María García, 2001 y Carmen Mínguez, 2007). También Trinidad Cortés (2002), Victoria Chamorro (2003), Obdulia Monteserín (2007), su hija Libertad Troitiño (2009), Agustín Ruiz Lanuza (2011) y Mercedes Anato (2016).
Ajeno a una investigación ensimismada y cada vez más basada en un sistema de citas que consideraba socialmente estéril, Miguel Ángel siempre defendió la transferencia del conocimiento generado a través de múltiples vías. Prueba de ello fueron los premios que recibió, entre los que destacó el I Premio de Trasferencia de la UCM (2015) y el de Geografía Aplicada de la Universidad de Guadalajara, México (2016). Su compromiso institucional con la Universidad Complutense le llevó a hacerse cargo de la coordinación de la Diplomatura de Turismo del Centro de Estudios Superiores Felipe II. En este contexto se refuerzan sus vínculos con el Grupo de Trabajo de Geografía del Turismo, Ocio y Recreación de la AGE y de la Asociación Española de Expertos Científicos en Turismo. Además de acometer una reflexión crítica sobre la aportación de la geografía en los estudios de turismo, trabajó en la transformación de las antiguas diplomaturas en los estudios actuales de grado y, en concreto, en el diseño del plan de estudios del Grado de Turismo en la Facultad de Comercio y Turismo de la Universidad Complutense de Madrid. De su labor da cuenta que una parte muy importante de la docencia del Departamento de Geografía se imparta en esta Facultad.
El interés por comunicar y transferir resultados también justificó su participación en actos de muy diferente tipo, más allá de los encuentros de carácter académico. Esa forma de hacer geografía, a veces con varias intervenciones en eventos en la misma semana, se apoyaba en unas magníficas dotes para la comunicación personal, en su capacidad para compartir ideas extraordinariamente sugerentes con rigor pero también con una gran simpatía y carisma innatos. Además, Miguel Ángel mantenía siempre su independencia de criterio, hacía críticas rigurosas pero bondadosas y tenía una gran capacidad para abrir caminos y dialogar.
En cierto sentido, la vida de un geógrafo son los lugares por donde transita. El Valle del Tiétar lo vio nacer y con este rincón de la provincia de Ávila siempre mantuvo una estrecha vinculación. En Cuenca encontró su tono investigador. En Madrid forjó su carrera académica, además de su familia. Y en tantos otros lugares de este y otros países encontró amigos y colegas. Pero cabe una mención especial a Latinoamérica. En México, uno de los países a los que más viajó a lo largo de su vida, quedan algunos de sus más queridos discípulos y amigos. En Brasil estableció estrechos contactos con compañeros de distintas universidades y participó en experiencias de cooperación vinculadas al patrimonio y el turismo. En Uruguay trabajó intensamente en Colonia Sacramento en el marco de misiones de la UNESCO.
En nosotros, que trabajamos durante más de veinticinco años codo a codo con él, su marcha deja un gran vacío. Agradecemos enormemente todos y cada uno de los momentos que hemos compartido, pero sobre todo le agradecemos sus enseñanzas, su cariño, cercanía y el amor por el trabajo de campo y el contacto directo con la realidad que nos ha transmitido. Recogemos con orgullo la herencia de una forma de hacer geografía no anclada en el ensimismamiento de la academia, sino volcada también con la práctica profesional y sobre todo con el compromiso social y la transferencia de conocimiento. Afrontamos el reto de transmitir su legado a los jóvenes investigadores que arrancan ahora la carrera académica, intentando mantener los valores de su investigación y del conocimiento generado, pero también su forma de entender el trabajo del geógrafo, cuyo objetivo, según sus propias palabras era ayudar a conocer el mundo y a vivir en él.
Manuel de la Calle Vaquero, María García Hernández y Carmen Mínguez García
Universidad Complutense de Madrid